
Ser meditador a la larga es difícil. La percepción del tiempo y del espacio cambian bastante. El cuerpo resiente esta transición. Con frecuencia siento dolor en mi tercer ojo, en la garganta, en mi pecho, justo en el chakra del corazón. Siento tensión energética en mi columna vertebral y en mi nuca.
Y aun así sigo meditando como loco.
Lo hago, aun sabiendo que fases horribles como “la noche oscura del alma”, en donde el sendero espiritual se vuelve una pesadilla porque la desolación, la soledad y la desmotivación pegan duro. Son gajes del oficio. O más bien de la práctica. No te los puedes saltar.
Es como cuando empiezas a recuperarte de una lesión muscular. Los ejercicios para recuperar movilidad y fuerza duelen, no los puedes hacer bien, no puedes hacer lo que todo mundo hace bien. Lo mismo pasa cuando eres meditador. Te la pasas recuperando músculos mentales que llevan vidas enteras atrofiados. La adaptación física y mental por la que pasas al hacer una transición de una mente egocéntrica a una despierta, es pesada. Es dura. Es dolorosa.
Y aun así sigo meditando como loco.
Hace poco en el podcast de TRVE DHARMA, una de mis alumnas me dice: “¿esa es la promesa del Buda, no? Que la práctica del Dharma te da una felicidad permanente.”
“Así es” le digo. Pero en el fondo sé que el precio es duro. En el fondo sé que es una felicidad totalmente diferente a la que conocemos en samsara. No es eufórica. Es una felicidad serena, ontológica, existencial.
¿Quiere todo mundo eso? No lo sé. Creo que mucha gente prefiere el placer pasajero y adictivo. Yo no, pero mucha gente todavía sí. Lo que sí sé es que nadie quiere sufrir. Y aunque unos ya se hicieron la idea de que el sufrimiento nunca se acaba, estoy seguro que si supieran que eso no es verdad, que es posible trascenderlo, buscarían la forma de que su sufrimiento se acabe para siempre.
En ese sentido, tengo una esperanza de que sí haya gente que quiera lo que el Budadharma promete: libertad total del sufrimiento humano.
Y no solo eso. También te otorga libertad de la ignorancia. De nuevo, no sé si todo mundo quiera eso pero yo sí. Por eso medito como loco, porque cada día veo cómo despierto más y más, aunque me duela darme cuenta de verdades fuertes. Aunque me duela la cabeza porque mi kundalini se atoró en las áreas de mi cráneo que todavía creen que existen de forma independiente y permanente.
Es un proceso. No es para todo mundo. Pero sí es para mí. Sé eso porque veo que el proceso avanza, que la inteligencia superior que no me pertenece pero que me incluye, se hace más presente.
Es para mí porque no quiero morirme sin evolucionar. No quiero morirme con una mente enferma, dormida o limitada. Es para mí porque, comparado con el sufrimiento humano que nos causamos debido a nuestra pendejez, prefiero pasar por la crisis espiritual que se vive al evolucionar a esa cognición omnipresente que trasciende las reglas de la neurosis.
Espero que más se animen a estar dispuestos a pasar por la friega por la que pasa el meditador. Es un infierno. Pero como dicen por ahí: si no duele, no hay ganancia.
Si te animas, nos vemos en el infierno.