Por qué nos pesa la vida

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Foto de Luke van Zyl en Unsplash

A todo mundo, tarde o temprano, le pesa la vida.

Uno que otro disfruta esa pesadez, esa lucha diaria. Digamos que encuentran placer en las batallas.

Pero muchos no. Muchos se vuelven miserables el resto de sus días porque ni le agarran el gusto a luchar, ni tampoco se liberan de la pesadez.

Si bien es cierto que algunos días son menos pesados que otros y que de vez en cuando hay días ligeros, ricos y disfrutables, por lo general son raros.

En mi opinión, esa pesadez es a lo que se refería el Buda cuando hablaba de Dukkha o (como comúnmente se traduce) sufrimiento.

Dukkha es la tensión resultante del choque entre la realidad y nuestro profundo deseo de que ésta fuese diferente.

Cuando la realidad cuadra con nuestro deseo, los días se sienten increíbles.

Cuando no, se sienten difíciles.

Aunque a muchos les funciona, la solución no es agarrarle el gusto a la lucha y aferrarse a la furia contra la pesadez. Con frecuencia esa batalla eterna termina por arrollar a otros.

Uno se vuelve una bestia idiota que destruye todo lo que se cruza en su camino, en aras de ser productivo, estoico y guerrero.

¿Entonces qué hacer?

¿Tragarme la realidad tal y como es y sufrir como perro? ¿O volverme una fuerza bruta que vive en guerra con la realidad?

Ninguna de esas opciones.

La solución es descubrir eso que nos obliga a generar y aferrarnos a identidades que chocan con la realidad.

El problema NO es la identidad. El problema es la cognición que está condenada a aferrarse a sus procesos cognitivos.

Nuestra mente es como un Dios que enloquece y se aferra a su propia creación, a sus mundos y a los seres que habitan esos mundos.

Nuestra mente es un serio problema.

Entonces, ¿cómo descubrir eso que obliga a nuestra mente a aferrarse a sus creaciones mentales?

Primero hay que darse cuenta del problema, hay que cachar ese condicionamiento que nos tiene esclavizados a aferrarnos a nuestros procesos cognitivos.

Luego, al ver la prisión, veremos lo que NO es la prisión.

Gracias a ese discernimiento, entendemos cómo purificarnos de la cognición defectuosa que tiende a aferrarse a sus creaciones mentales.

El loco se da cuenta de su locura y, por lo mismo, puede ver todo lo que NO es locura.

Tal vez nos tome décadas purificar nuestra mente de esta cognición descompuesta, pero lo importante es que ya vimos cómo hacerlo.

Cuando no distingues qué es libertad y qué es esclavitud, ¿cómo vas a hacer algo al respecto?

Nuestros esfuerzos, entonces, deben enfocarse en descubrir lo que es esclavitud. De entrada yo me preguntaría cosas como:

  • De todo lo que me gusta en la vida, ¿qué me provocaría ansiedad si me lo quitaran para siempre?
  • ¿Qué comportamientos nocivos me señalan una y otra vez los que me conocen o viven conmigo?
  • ¿Qué personas me ponen mal, nada más de pensar que tengo que interactuar con ellos?
  • ¿Qué creo que debería ser en la vida, pero que cada vez que lo recuerdo, me siento mal porque no lo he logrado?

Presta atención a tus reacciones que suceden de forma automática. Percibe el tipo de persona que te vuelves cuando le hablas a tu pareja, a tus papás, a los del trabajo. Nota cómo repites patrones.

El objetivo es discernir tus condicionamientos. Después nos ocupamos de lo incondicionado.